CERTAMEN LITERARIO POESÍA, NARRATIVA E HISTORIOGRAFÍA
“ARAUCO, VOCES DEL TIEMPO – EDICIÓN 2.009”
GÉNERO: Reflexión
SIGLO XXI
Los acontecimientos de hoy en nuestro país son como ecos que se desprenden del pasado. Percibo los malones que levantan la polvadera entre el hierro y el cemento de las ciudades. El grito de impotencia buscando justicia se eleva descarnado serpenteando entre las calles, los campos arrasando escuelas, hospitales, todo.
El siervo desde su lugar desamparado, masticando el hambre, escupiendo desaliento se levanta feroz. El rey, instalado en el gobierno, mira, observa, se justifica, engaña, se resbala en promesas mientras sus bolsillos se llenan con el hambre, el dolor de los pobres.
El remington y el telégrafo del ayer cobran vida en la Televisión e Internet mostrando la realidad que ellos quieren desconcertando a los pusilánimes que no entienden.
Triste realidad de este siglo XXI donde la esclavitud ha puesto grilletes en el alma con la ignorancia, con la traición.
Distinción Huaymocacasta 2009
GÉNERO: Poesía contemporánea
Noche y soledad
Noche y soledad
muerden la escarcha del vidrio
que sostiene mi mirada.
El grito perdido en el tiempo
se monta sobre la lanza
y con furia loca
cabalga, cabalga.
La mirada de los indios
se dibujan
en los cristales de la escarcha
aflorando sus huellas
sobre la arena mojada.
Quedaron sus sueños,
quedaron sus esperanzas
tatuadas en las bardas
Sus lágrimas se derraman
tristemente en arroyos y aguadas.
Triste la soledad de la pampa.
Triste su llanto lastimero.
Triste el olvido
pegado en la escarcha
de los vidrios que me atrapan.
Noche y soledad
muerden la escarcha del vidrio
que sostiene mi mirada.
Mención de Honor “Huaymocacasta 2009”
GÉNERO: Cuento breve
El poncho maldito
En el rancho de don Rosendo, allí donde el diablo perdió el poncho, jugueteaban los tres hermanos. Dentro del corral construido de piedras, con el ir y venir de las cabras de todos los tamaños y colores, los pequeños desde lejos eran uno más del montón que gritaba y berreaba con las fuerzas que sólo se ve en el campo.
La madre, mujer rústica pero guapa como ella sola, ensimismada en el puchero que saltaba dentro de una enorme olla de hierro esperaba pacientemente a su hombre quien desde la madrugada había ingresado en el espeso monte.
Toda la tranquilidad de esa mañana de enero envolvía el entorno.
A lo lejos, haciendo crepitar las piedras del sendero, un hombre misterioso caminaba despacio pero firme frunciendo el entrecejo cubierto por el ala de un gran sombrero negro.
Su respiración rebotaba en cada uno de los árboles que se aglutinaban a los costados del camino asustando a los pájaros que volaban desde sus nidos. Más avanzaba y el silencio original se convertía en mordaza pegajosa.
En el rancho, la olla del puchero había ganado con el hervor rítmico la atención de la mujer, hipnotizándola. Las risas y los gritos de los chicos, poco a poco, se fueron metiendo en las burbujas hirvientes quedando el corral en una quietud fantasmal. Sólo el menor, de escasos dos años, distraído por un brioso corderito guardó sus risas mientras acariciaba la piel enrulada del animal. Los demás quedaron como suspendidos mientras el misterioso hombre atravesaba la tranquera.
El cielo se nubló y la negrura tapó sin piedad al rancho de Don Rosendo.
Con cada paso, las burbujas de la cocción atrapaban una partecita de la realidad. Más se acercaba, más hervía el contenido de la olla, hasta que con el último paso desplegó su negro poncho en toda su amplitud cubriendo la puerta del rancho. Sus ojos bajo el sombrero, como dos brasas candentes, se dirigieron hacia la pobre mujer inclinada sobre la olla que despedía gotones hirvientes cada vez más grandes.
Una risa espeluznante invadió la casa paralizando todo movimiento. Suspendidas en el aire, cientos de burbujas mostraban a cada uno de los seres que momentos antes disfrutaban de la mañana.
El hombre dio tres pasos pronto a cubrir las burbujas con su poncho. Todo el entorno estaba allí listo para ser guardado en el poncho maldito. Los ojos, la risa y su actitud de victoria le dieron más fuerzas para proseguir pero…en ese instante, a sus espaldas, un pequeño niño con el corderito entre sus brazos le preguntó:
-Señor! ¿Ha visto a mi mamá y a mis hermanos?. Quiero mostrarles a mi nuevo amigo.
La voz del niño fue luz rompiendo el hechizo. Cada palabra se fue prendiendo del negro poncho, desgarrándolo, despedazándolo y los ojos de fuego no alcanzaron a ver las lágrimas brillantes que rodaron por las mejillas rosadas porque se desgranaron sobre la olla dejando en libertad a cada uno de los prisioneros. El poncho se desintegró y nada quedó.
Todo volvió a la calma.
Nadie recordó jamás al hombre que perdió el poncho por la inocencia del pequeño niño.
Galardon Especial (Tercer premio complementario)