-¡Yo me callo, tú te callas, él se calla!- mantra que aún persiste en mi interior recordando el camino devorado por la ventanilla del ómnibus mientras la neblina diluye los contornos de la banquina. El parabrisas empañado dibuja hilos paralelos hasta llegar a la consola vertical del vehículo. Una chicharra intermitente acusa que el chofer superó la velocidad admitida. El chirrido de los frenos, otra vuelta en el asiento acomodando mi humanidad sobre el asiento desgastado mientras una voz: -A La Falda. Son $5,20 – aclara el chofer mientras con gesto autómata prepara el boleto.
-¿Cómo ... aumentó?- sorprendido el pasajero con la mirada incrédula.
- Sí, hoy aumentó y el próximo es para el 5 de octubre.
Silencio y desazón. Simplemente el pasajero revuelve en su bolsillo sacando lo que le falta para completar el pago. Y en mi interior: - Yo me callo, tú te callas, él se calla…..”
El vehículo retoma el envión, cruje la caja de velocidad, la puerta se cierra con un golpe seco cortando el frío que en instantes invadió el habitáculo. Un nuevo giro en el asiento. La ventanilla continúa tragándose la ruta desdibujada a través de la humedad. Amortiguada escucho a otro pasajero con su charla monótona dirigiéndose al conductor hasta que como en un susurro escucho:
-“ Avisale al próximo chofer que no tengo luz de giro, ni balizas. Que las luces bajas son muy débiles…”-
Dentro mío estalla la impotencia: aumenta el precio del servicio disminuye la calidad. Y más aún… sin las normas reglamentarias, mayores posibilidades de accidentes.
-“Yo me callo, tú te callas, él se calla……” y así con la monotonía de este mantra me quedo, se queda, nos quedamos en silencios encerrados en el mutismo, en el no te metas, en una inmovilidad crónica transformándonos en espectros, marionetas de los grandes capitales.
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