Hoy amanecí pensando qué es la muerte. ¿Será porque soy consciente de tantos que sufren por las guerras, el egoísmo, la deshumanización, el caos y total confusión? Y… ¡cómo no hundirme en el dolor cuando miradas vacías y bocas silenciadas abruman la noche, oscurecen los días!
En el jardín, con el verdor de la naturaleza, el cielo intensamente celeste, los ruidos propios del entorno y el tiempo caminando sigiloso, un abanico de incertidumbres se cuelga de las suaves sombras estampadas en el embaldosado. Dejo mi espíritu volar con la brisa.
Esta mañana existo siendo verdor, siendo cielo, siendo luna, siendo pájaro, siendo el todo. Es una mañana de Noviembre que me invita a enhebrar palabras, con intentos locos de respuestas que nacen en un vacío profundamente oscuro que perfora mi ser. Y desde la quietud matinal un nuevo camino en la vida se abre para preguntarme simplemente:
¿Qué es la muerte?
¿Es el no escuchar el canto de las chicharras
o ser el canto que se agolpa entre el follaje del nogal?
¿Es la sequedad del pasto que se aprieta en la tierra polvorienta;
o el reverdecer impetuoso después de la lluvia esperada?
¿Es la ausencia del ser amado
o el renacer de los mejores momentos vividos
impregnados de risas, de charlas, de desacuerdos?
¿Es caminar sola en la profunda oscuridad
con los miedos, las inseguridades, las tristezas, la soledad;
o es la luz que destella al final bañándonos de paz?
¿Qué es la muerte sino un paso,
un cambio de estado, un pasaje, una traslación?
Y como si un rayo de luz iluminara mi vacío, las respuestas fluyen dibujando interpretaciones con intentos de afirmaciones, argumentos y elucubraciones.
Aceptamos la muerte porque el cuerpo, lo físico, dejó de funcionar. El corazón dejó de latir, las pupilas se dilataron y un color grisáceo ha tomado toda la piel. La frialdad se apodera de ese cuerpo que rió, lloró, vivió. Pero…. Muerte ¿no son además las ausencias, los olvidos, las indiferencias, el descarte, la desvalorización y tantas otras situaciones que dejan fría el alma?
Las ausencias son el no estar, ni de una u otra manera, tan cercana al olvido; y olvidar, situación más intensa porque ni siquiera una pestaña del recuerdo moviliza a quien olvida. Es un diluirse en la vida misma tal vez porque no fueron importantes; o quizás como el agua y el aceite, no pudieron amalgamarse. Pero el olvido es para algunos, porque en otros los recuerdos quedan, se instalan y conforman de alguna manera la vida de quien recuerda.
Si hablamos de la indiferencia, es la falta de sensibilidad por el otro, el no importar si está o no está; es como un objeto más, algo para descartar. Sin sensibilidad la vida no es, son reflejos de la acción, es un ir sin ir.
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